23 de marzo de 2010

Diálogo, monólogo, el apego a sí. A partir de 'Allí Estás' de Juan Santander Leal





Creo que si la reencarnación es una fantasía posible en la cual se volverían a barajar las oportunidades, confiando en la repetición, ya sea de éxitos o errores, éxitos que en la confianza del silencio son un error, errores que se desean a si mismos ser repetidos, la desencarnación sería un proceso lúcido pero constante en el cual el cuerpo se divorcia de las voces de sus máscaras y conciente, en vida, se empieza a abandonar a sí mismo; se aleja, se escapa, le deja, sabiendo en el nuevo interior que dicha distancia posibilita reencuentros casi seguros con esos dejos; la extrañeza familiar, nostálgica, furiosa, de los personajes que forman parte del yo, construidos en el pasado pero que habitan en distintas habitaciones de la casa que es uno despierto y atento a diferentes confabulaciones de la autoficción; poemas para examinarse a si mismo sin agotar la exacerbación del yo, al contrario, transferir la ficción a otros yo lingüísticamente reconocibles. “Allí Estás” de Juan Santander Leal es un poemario que registra, con la tristeza y libertad de un crío huérfano de la seguridad de sí, una cadena de pequeños reencuentros en los cuales el yo ronda como un fantasma que no quiere ser encontrado; es él quien pena su pasado y es la ficción presente, el abandonador, quien se le aparece al confesador y le repite obligado a dicho embrujo: allí estás, lo señalo, para recordar donde te encuentras, “recostado en esa carne // atado entre los nervios que la mueven // forzándote a decir lo que deseas”[2].

Desencarnarse, en contraste con aquel otro oculto acontecer, implica un choque de anhelos e intenciones; amar los amores del amo y a la vez, odiar la subyugación. No ser capaz de olvidar, fuera de la superficialidad fingida, que la cadena entre placer y culpa a cortar está firmemente atada al cuello. La voz no es libre de su cuerpo. La voz no es libre de los supuestos de sí mismo, aquello que pensó un actor infantil podría llegar a ser. No es libre de las traiciones del adulto hacia su niño, sea la convicción en algunos momentos rebeldía honesta o respuesta involuntaria a las convenciones típicas de, por ejemplo, lo masculino/femenino, convenciones vivas en esta carne que emprende el viaje hacia todas las existencias que aprehende, aquello bajo “la luz celeste y rosa y materiales en la mesa” con lo cual el yo receptor, posible cuerpo, de la voz, le construye una máscara “como en un mal sueño…”[3] Lo rosa-celeste, aquel fantasma de género[4] proyectado en el cuerpo del recién nacido, un cuerpo que no busca tan forzado espectro y que, al verlo encima de cada detalle de su cotidiano, le cuesta desmesurar las mediaciones terminando en la actuación de lo dicho por su fantasma.

Por esta dupla de apegos, hay momentos aislados en los cuales se abre la posibilidad de que el diálogo eventualmente se desenrede entre una voz individual y el cuerpo de una madre o un amor marchito/marchado y otros supuestos frágiles y ambiguos con lo cual “Allí Estas” se uniría a las furias escritas usando el recurso inagotable que otorga la poesía para lidiar con el desamor y el desamparo. Sin embargo, me parece que el esfuerzo o énfasis de este texto yace en el juego de dicha ambivalencia; el diálogo explota en una polifonía que logra configurar nuevos cuerpos pero que termina por rebotar en las murallas monológicas de la voz, lo cual permite que en la distancia se visiten y reaccionen los masculinos y femeninos en el sujeto para a la vez transformarse él mismo en las máscaras de sus enunciados. Así, cuando dice “y los hombres que viven en tu espalda // llevan troncos para ver quién es más fuerte”[5] es él, percatador de disfraces, quien se divorcia de los hombres y jerarquiza en este juego de dobles; se une a la multiplicidad de cuerpos, por ejemplo, al decir “compartimos incluso la hinchazón de los ojos en los días de trabajo // la maestría de maquillarse en el metro, la lluvia // cayendo en los zapatos negros” para unir en gestos de cotidianidad a la dupla presentada en actos, hinchazones, vestimentas, finalmente convenciones, ante las cuales dice, jugando con sus dos significados “yo fui quien te arrastró a las convenciones, yo estoy // obsesionado con ellas”[6]

Estas convenciones traen una gran carga de convencionalismo que, en precisión, nos remite a actuar ciertas ideas pese a su falsedad dada la conveniencia del acto, acto que es en sí público para ser convención. Santander incluye esta mirada, el encuentro del sí mismo con el cuerpo externo se hace claro, un tanto psicoanalítico, “la última vez que te vi estabas en el escenario // con tu yo de angustia y diferencia en una plaza // con tu yo empezando a brotar como una neurósis // [. . .] con tu yo y tus deseos delicados // aplaudido por todos tus amigos”[7]. Pensar la vida como un teatro es frecuente, sin embargo la voz lo enuncia para registrar el desapego a la escenificación de los personajes vivos, criticando de manera honesta aquella vanidad incrustada en la coraza, vanidad que no se desaprende y que, viendo al ser como una ficción fuera de su relato, emerge como una de las máscaras más cotidianas para perpetuar la superficialidad del estado de éxtasis. En el interior: neurosis, recuerdos, angustia y diferencia, necesidades importantes que exigen fluir a un espacio de configuración nueva pero que el apego a las normas de la vida corta; necesidades que se aniquilan en el aplauso. En sí, esta desencarnación se abemola suicida, ya que hay que adentrar todos los yo en las palmas, el primer cuerpo ha de conocer la muerte y regresar para apreciar la vida con nuevos ojos y esperar hasta dejarla nuevamente marchar. Cambios que en sí producen colisiones de sentimientos al, eventualmente, reconocerse en distintas etapas de la vida; la emergencia de la vieja carne ya sin proyecciones, quizás con miedo a recaer en la traición pese al aprendizaje: “por esos cambios invisibles o la frialdad con la que vuelves a ser tu, tiemblo”[8]… Es vivir la angustia en ese desquicio inexpresable; en el ahogo, las palabras quedan por presión sometidas al estómago. Entender que la diferencia conlleva espacios de igualdad y renuncias claras, a veces agresivas. Triturar la nostalgia. Carnalizar al fantasma para enterrarlo. Es lo que significa el desapego, no es olvidar, no es dejar de querer, es amar hasta la libertad para poder desmembrar las barreras reconocibles, las estrategias del yo para convertir el pasado en un extraño sin nombre y dejarlo ser, dejarlo partir, no necesitarle para justificar el futuro, lo cual no implica olvidar la historia de la vida. La vida es aquello que siempre está para poder siempre, concientemente, ser, en infinitas dimensiones.


Texto extraído del blog Atardos, de Gabriel Larenas.


Notas.

[1] Santander Leal, Juan. “Allí Estás”. Santiago: Marea Baja, 2009.





[2] Vivo en tu lengua, p. 27
[3] Artes Plásticas, p. 22
[4] Bleichmar, Emilce. Feminidad/Masculinidad: Resistencias en el Psicoanálisis al concepto de Género. En “Del Sexo al Género” Revista de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, 1992., p. 123
[5] Arreglas tu Casa, p. 23
[6] Comida Cruda, p. 21
[7] Con Tu Yo. p. 24
[8] Al Volverte a Ver después de un Tiempo, p. 38


No hay comentarios: