6 de diciembre de 2009

Presentación de Solsticios, por Miguel Castillo Didier.




Con mucho gusto he aceptado decir unas palabras en este acto de presentación del poemario Solsticios de David Villagrán. Y me ha alegrado saber que esta obra contó con una beca del Fondo del Libro el año 2007. Hoy, en la sociedad en que nos ha tocado vivir, pareciera que predominan sin contrapeso el culto al becerro de oro, la entrega al consumismo más desenfrenado, el afán de exhibicionismo mediático; y parece que hubieran quedado sepultados los valores del auténtico humanismo que cultivaron los grandes hijos de América Hispana: una hija de México, Sor Juana Inés de la Cruz; un hijo del Perú, el Abate Juan Pablo Vizcardo; un hijo de Chile, el Abate Juan Ignacio Molina; un hijo de Venezuela, Francisco de Miranda; el maestro de América, Andrés Bello; el apóstol de la emancipación de Cuba, José Martí. Por eso, es reconfortante ver que hay jóvenes que, superando la aplastante presión de los valores de esta sociedad del capitalismo salvaje y del mercado salvaje, creen en la poesía, en la música, en la belleza. Jóvenes que nos muestran cómo el misterio extraño y efímero que es la vida humana puede ser elevado y llenado de contenido a través del misterio igualmente extraño que es la poesía. El lenguaje, esto que nos diferencia radicalmente de los demás seres vivos, es también algo misterioso. Y lo es asimismo el hecho de que en algún momento algunos hombres comenzaron a expresar ciertos sentimientos, ciertas vivencias, ciertos anhelos, no en el lenguaje cotidiano, sino en un lenguaje organizado de modo especial, con una armonía proveniente entre otras cosas de la recurrencia sistemática de algunas realidades fónicas: la longitud o brevedad de las sílabas; más tarde, de determinados acentos. En el poemario de David Villagrán, hallamos ese amor por la palabra y por la belleza, y la expresión de ésta en aquella, que es la base y requisito esencial de toda auténtica búsqueda poética.
David explora distintos horizontes, tanto en la forma de los versos, -más estróficos unos, más versiculares otros- como en la temática. Sus poemas no son de los que entregan una sensación fácil al lector, y requieren más de una lectura atenta. Las imágenes son tomadas desde un aspecto y reaparecen desde otra faceta, entrecortada por pausas y silencios. Así, en el bello poema “Pasión por engendrar una forma en el temblor difuso de la lluvia”:

Manos:
manos vueltas cuenco en altamar
de hombres,
lamiendo de sus palmas dulce oro de los ríos.
Hombres:
postergar todo lugar y envejecer,
pronunciando un fino vaho de comercio
secos, henchidos sus dorados labios.


O en “Prodigio de nave circular (que circunda y al par circunnavega)”

“Incapaz de dominar un diluvio” “su corazón, el arca sobre el cielo”

El hablante lírico tiene una voz lejana, como si recordara viajes en “Oído en el oleaje” y en “Consumía su corazón en los bajeles”, por ejemplo. La secuencia de imágenes se interrumpe con tonos altos en “Principalía”. Los dísticos de la triada “…Afrodita que da la vida…” son la excepción dentro de las dos líneas rítmicas aludidas anteriormente.
Nos encontramos frente a un poeta de bastante oficio, que apunta en su primer libro una variedad de objetivos, no reconocibles a simple vista y que, esperamos, serán abordados en las siguientes publicaciones.

No hay comentarios: