20 de diciembre de 2009

Acerca de Solsticios, por Ernesto González Barnert




Es un libro difícil de sopesar, no sólo por el gesto estético-político de escribir un libro a la contra de los tiempos, como si el agua no pasara bajo el puente. Un libro tallado en vieja fragua, inflexible. Un libro como si fuera una pieza arqueológica encontrada en estos montículos. Digamos un jarrón sin colores. Pero que los tuvo. Y chillones.
Un solsticio en nuestras manos.
Y aunque esos colores ya no son chillones en sí. David Villagrán Ruz (Stgo,1984) nos hace recordar y evocar aquellas pinceladas. Provocarnos  con su lengua ceñida al corsé del siglo de oro y al canon clásico de la poesía, esencialmente, fluidamente, no únicamente. Donde embiste una y otra vez la forma desde la forma, Sin duda, clasicista. Pero también radical. Un gesto lo suficientemente inteligente y tajante como para poner el acento a una época que, autocomplaciente en su falta de rigor, no se esfuerza por marcarlo. Donde el verso libre ha terminado siendo un juego de tenis con la red abajo –siguiendo a Robert Frost-. Y no podríamos decirle que no leyendo al último Premio Neruda.

Bueno, ¿Pero qué asunto trae a nuestro canto?
Apuntemos: todo lo que eleva el corazón. Glosa de una luz tensa por una idea que ama.
“Así confunde cielo claro y lecho abierto
ambos, con el viento en su principio,
y habla de una amante joven siempre,
de una diosa que oye con el pulso.”
Sondeo de engendrar una forma en el temblor difuso de la lluvia. A manos vueltas cuenco en altamar. Con sudor lavar nuestra violencia, herrero. Así en el ritmo de la fuga escoge la insistencia de una líneas. Soñándose pastor de su desgracia. Aclara:
“te llamas como yo”
Pero también sabe que ese rostro ya ha muerto suficiente.
Sin duda, este libro habla de alguien enamorado de las palabras, sus golpes, sus sombras. Esa literatura que nos llama a regresar de la muerte. En su espejo reflejarse. O deberíamos decir: navegar.
Villagrán Ruz más en su propia corriente que a contracorriente abre fuego a arcabuzazos. Y digamos que hiere. Y en las heridas que deja, que abre en el fondo su libro, un poema no es algo que se ve, sino la luz que nos permite ver.
“con el índice apuntó diciendo: el mar.
El mar nunca se halla satisfecho.”
Diciembre, 2009


Texto extraído de la web Letras S5.

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